Es menester desandar esto

Sobre la obra Inestabilidad Incalculable de María Isabel Arango, XI Premio Luis Caballero, El Parqueadero, abril de 2022.

 


 Leer un libro sobre la historia de Colombia y descoserlo. Descoserlo no es quitarle  las costuras ni las hojas, sino sacarle las palabras, desunirlas, volverlas a su estado inicial, a lo que son, sin compañía ni contexto. Sacar las palabras, una por una, consume mucho tiempo. Sacar las palabras una por una es deshacer el libro,  sacarle el alma, es desanudar la urdimbre y conservar todos los hilos, las partes. Cuando se tienen todas esas palabras descomponer sus unidades básicas de  significado: morfemas (palabras, cifras y números) y luego llamar a un lingüista. El lingüista llega, establece una taxonomía y clasifica las palabras: nombres, verbos, sustantivos, adjetivos, adverbios. Esa  información pasa por un software que reescribe las palabras del libro, les da otra forma. Es decir que vuelve y teje. Luego las palabras pasan a una forma audible: la voz humana. Muchas voces, todas humanas, leen estas palabras. Con esas palabras y todas esas voces hacer cinco actos que van desde el caos hasta un poema final. El libro inicial es el fundamento y la partitura de donde surge la composición sonora. Usar el sonido y el espacio para mirar con una lupa, -y así desbaratar, destripar, desanudar- las palabras que conforman la narrativa histórica de Colombia, que condensada en este libro, afirma que la violencia es un arquetipo fundacional inevitable. La repetición incesante de estas palabras atraviesa el espacio y nos atraviesa a nosotros, los que por aquí caminamos. Hay voces como palabras tiene el libro que hacen de la voz un material maleable. Su naturaleza atmosférica atraviesa el laberinto de cortinas rojas y las palabras del libro en un tejido abigarrado, en un cúmulo de voces espectrales que repiten y repiten las palabras. Sin imperios injustos para buscar un significado colectivo en la repetición incesante de estas palabras, estamos escuchando las voces. Las escuchamos para seguirlas repitiendo, o para repetirlas de otra forma y así darles otro sentido. El acto de la escucha es un acto político que implica un ejercicio de conciencia. En un estado negacionista que banaliza el sufrimiento de su población, resulta urgente parar a caminar en este bucle y escuchar el sonido de las palabras. El sonido de las voces. Mañana una paz… ¿será que llega? nos dicen las voces en el poema final, como rogando.


Movimientos

I. Transcribir
Hay que irse para atrás y conectar el primer espacio a un acto: la transcripción. La artista transcribe un libro, uno de los muchos libros de historia, así con H mayúscula, que intentan crear una narrativa, de explicar qué es lo que pasa en nuestro país, por qué somos cómo somos, qué se ha cocinado en este territorio para vivir en este presente tan complejo, tan desigual, tan fragmentado, tan difícil, tan jodido. Ese libro que escoge la artista es Historia de Colombia: país fragmentado, sociedad dividida, de Marco Palacios y Frank Safford. Y es importante anotar que escoge ese y no otro. Tal vez ese tiene un discurso histórico insertado que de alguna manera conversa con una narración que se funde en otros lugares, como un eco: es lo que oímos en el noticiero por ejemplo, donde no abordan las causas porque solo se ocupan de un presente inmediato de un país que no quiere salir de la guerra. ¿En significantes vacíos, de pronto? ¿Aparecen las mismas palabras en todos los libros de historia de Colombia una y otra vez? ¿Aparecen esas mismas palabras en los noticieros? Se nos olvidó porque repetimos las palabras que enuncian los horrores. Ruido blanco. Las narrativas históricas de Colombia afirman que la violencia es un arquetipo fundacional inevitable del país. Ese libro, que la artista leyó tantas veces, a partir de la repetición se convirtió en una maraña, en un significante vacío.

Esta primera operación de transcripción, es de algún modo un ejercicio de lectura altamente cuidadoso, porque transcribir es sacar las palabras una por una y pasarlas por el cuerpo a través de los ojos para escupirlas con las manos. ¿Cómo es la lectura en ese modo de ralentización del tiempo? ¿Cómo atraviesa al cuerpo el tiempo? ¿Qué significa pasar un año transcribiendo palabra por palabra de un libro? El ejercicio tiene de cuidadoso lo que tiene de adormecedor, porque de tanto repetir el cuerpo se automatiza, las manos solo digitan y la cabeza deja de leer el sentido y se convierte en máquina. Transcribir es, de algún modo, volver a escribir el libro. Sin pensarlo. Una palabra sobre otra, en una operación que a fuerza de repetición ya no significa nada.  Este ejercicio surge de un requerimiento simple: necesitar el libro en un archivo de word. Poder acceder a las palabras de este objeto, que como libro es un contenedor de sentido, pero como objeto está hecho de partes y se puede deshuesar. En ese ejercicio meditativo de transcripción, la digitadora se pierde y el hilo se pierde y las palabras no son más que ruidos que hacen los dedos cuando se está transcribiendo.

—¿Cómo es nuestro tiempo? —le preguntan al software. —Ahora un conflicto, ayer un conflicto violento, mañana zancudos y garrapatas —responde.


II. Organizar en orden alfabético

Luego de transcribir el libro la artista clasifica cada una de las palabras de ese libro en orden alfabético. Es decir que hace otro libro escrito con las mismas palabras, pero organizadas de otra forma. Es un recuento no narrativo donde las palabras son despojadas de un discurso específico y de una ideología, es decir, se vuelven palabras. Es otra forma de deshacerlo, de volver esas palabras ya no su estado de narración, de explicación, de nudo y quitarles todo. Al desanudarlas les quita el contexto. Este es un primer ejercicio Oulipiano, o de escritura conceptual como la podría leer Kenneth Goldsmith, de ponerse una tarea y llevarla hasta las últimas consecuencias. María Isabel hace este orden incluyendo también el número de veces que aparece una palabra o letra, por ejemplo, la letra a a a aaaaaaaaaaaaa.  No dejando nada por fuera porque todo debe ser clasificado. Esto implica que las palabras no están hiladas. Son solo formas, grafías de un nombre propio, un adjetivo, un verbo, una fecha, un porcentaje. Cuando se organiza en orden alfabético y se juntan las palabras unas al lado de otras aparecen contradicciones.

—¿Por qué se ordena todo en órden alfabético? —le pregunto a María Isabel. —Para tratar de encontrar una radiografía de las palabras que construyen la narrativa histórica de Colombia —me responde. —¿Para qué? —le pregunto de nuevo. —Con este orden la selección de palabras y la gramática se derrumban a medida que las palabras se organizan alfanuméricamente. Incluso sin leer los significados subtextuales, ciertas palabras dominan la narración cuando las leemos en este nuevo orden —me responde. —¿Con qué sentido? —le pregunto de nuevo.  —Estas repeticiones de palabras muestran cuales pueden ser las palabras centrales de nuestra historia. La restricción u organización alfanumérica pone estas palabras en yuxtaposiciones no deseadas o pensadas, lo que produce contra significados sorprendentes y abrumadores y genera nuevas lecturas potenciales —me responde.

—¿Cuántas veces se repite la palabra Colombia? —839. —¿Cuántas veces la palabra conflicto? —84. —¿Cuántas veces la palabra paz? —126. —¿Cuántas veces la palabra muerte? —45. —¿Cuántas veces la palabra tiempo? —165. —¿Cuántas veces la palabra capital? —139. —¿Cuántas veces la palabra autoridad? —217.

—¿Cuando uno deshoja frases, además de quitarles el contexto, qué está haciendo con esas palabras?—le preguntó. Un repliegue profundo —me responde.



III. Llamar a un lingüista

Al terminar de ordenar las palabras en órden alfabético, aparece la necesidad de llamar a un lingüista para que clasifique las palabras. Esta necesidad aparece para hacer la siguiente operación: enseñarle a una inteligencia artificial a escribir. Para poder hacer ese paso es necesario descomponer nuevamente el orden alfabético en un nuevo orden: nombres, verbos, sustantivos, adjetivos, adverbios y números.

El lingüista dijo, los verbos son: Atendían, Alimentada , Adquirir, Acusó, Adquiridas, Atacaran, Actuaban, Abordar, Amenazado… Y los adverbios son:  Absolutamente, Antes, Allá, Aunque, Altamente, Acá, Acerbamente… y así.

IV. Enseñarle a escribir a la inteligencia artificial

La artista le enseña a un software de inteligencia artificial que no está hecho para trabajar con texto, sino con sonido, a escribir. Un software (Pure Data) primero generó secuencias aleatorias de las palabras y luego generó nuevas e infinitas frases posibles, poemas potenciales a través de un sistema combinatorio. Para hacerlo la artista le mostró ejemplos de cómo escribieron Marco Palacios y Frank Safford su libro, pero también le mostró la escritura de los nadaístas, de León de Greiff, de Vera Grabe. Le interesaba que la inteligencia artificial encontrará un tono, pero el resultado del experimento de enseñarle a escribir a la inteligencia artificial fue complejo porque no aprendió del todo. O, mejor dicho, no aprendió como se quiso que aprendiera. A la inteligencia artificial no le gustan las comas, las tildes, las ñ, ni las ll. Es torpe. No entiende las palabras. Era imposible leer lo que había escrito la inteligencia artificial. La inteligencia artificial hacía lo que le daba la gana. No se podía controlar. Caprichosa, así en femenino.

Buscamos inteligencias artificiales, Siri, los bots de twitter… de pronto para que nos enseñen a nosotros a escribir más rápido o hagan combinaciones de palabras, es decir, hilen ese hilo de manera más ágil. Pero ante esta disyuntiva de enseñar para aprender,  también vale la pena preguntarnos,  ¿Qué significa enseñar a escribir?

La inteligencia artificial hizo algo así:

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entre por Ni
Ni por por
________________________________
social paz de elecciones Esas
de paz social paz social

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V. Editar: pescar en río revuelto

La artista pasa a un proceso de edición, de dar sentido a un río de palabras sin sentido, de empezar a construir otro texto con ese texto que ya no es ningún texto y que está hecho de texto. Palabras que en el nuevo sentido ya no tienen sentido. Volvió al principio, a un libro que transcribió, que deshojó en órden alfabético, donde una narración perdió el sentido y ahora tocaba darle sentido al sentido de una inteligencia artificial que le había dado otro sentido al sentido inicial en un mar de sinsentido. En esta pesca se toman decisiones de edición: No hay nombres propios. No están los nombres de los señoros, ni del país, ni de sus muertos ni sus vivos,  ni de los medios, ni las cifras, ni las fechas.

¿Qué es calcular? —le pregunto. —Considerar, reflexionar algo con atención y cuidado —responde. ¿Qué es lo inestable? —le pregunto. —Lo desapacible, lo débil, lo inclemente —responde. ¿Es una contradicción lo inestable y lo incalculable? —le pregunto.  Son sinónimos, al juntarlos se vuelven una avalancha desapacible —responde.


Epílogo: Un guión en un espacio.

Al entrar, lo primero que se encuentra es una pared de cortinas rojas. De frente. Bloqueando. Esto no parece El Parqueadero (del MAMU) de siempre. Para atravesarlo hay que abrir las cortinas, es decir que hay que mover el brazo, hay que dar una brazada, hay que estar dispuesto, hay que abrir camino por los corredores que son también senderos.  No solo para atravesar la primera pared sino para atravesar todo el laberinto sonoro de cortinas rojas. Hay que ir hasta el final, a la escalera de madera que parecen ser las sillas de un teatro sin escenario y luego hay que  devolverse por el camino, por el río revuelto porque del teatro no hay salida.

Un cúmulo de voces espectrales se esconde entre las cortinas. La voz atraviesa las cortinas,  las palabras y a nosotros en un tejido que enmaraña el tiempo y la historia. La repetición incesante de estas palabras atraviesa el espacio.Un texto que se recorre a través de un laberinto. A través del movimiento. A través de la voz. Uno decide cuanto tiempo oye, cuánto tiempo se queda en cada espacio, que pedazo de cada maraña lo atrapa. Son palabras que son sonido y que también son movimiento. Son voces.

Luego de coser y descoser, de descomponer y recomponer este libro, los datos escritos fueron transportados a una forma  audible: la voz humana. La voz es, para la artista,  el punto de entrada a las complejas relaciones entre individuo y sociedad, entre lo social y lo político, entre lo que se dice y lo que se selecciona. La voz es una de las encarnaciones primordiales del objeto psicoanalítico. También es un vehículo de sentido y puede ser visto como una palanca del pensamiento. La voz es algo que se moviliza para ciertos propósitos y casi siempre con la idea de que es algo auténtico, íntimo, irreducible. 

Al entrar, son solo voces de mujeres en un canon sonoro. En el segundo acto, aparece la voz de los hombres y se hace la autoridad audible. Crece, crece la audiencia. Son estas las palabras que salen de un libro para existir solo en la voz. Su registro atraviesa el cuerpo. Una voz de hombre dice una palabra, otra voz de hombre le responde con una palabra contraria en una suerte de poder que se diluye en los opuestos, en el encuentro de dos palabras que al descubrirse se pierden, se riegan. En el tercer acto el tono es menos fuerte. Ya no son palabras que se encuentran como antagonistas, sino que se les incrusta una y… Son de otro orden y esa yyyyyyyyyyyyyyyyyyy larga propone un complemento, un juego de semejanzas extenso, como una continuación. En el cuarto acto varias voces al unísono hacen preguntas, solo preguntas. En  el quinto acto, donde hay un lugar para sentarse porque uno ya está perdido de estar perdido, un poema final. Mañana una paz… para buscar un significado colectivo en la repetición incesante de estas palabras mientras estamos sentados escuchando a una mujer que repite: mañana una paz… y ese acto de escucha nos convoca, como una especie de conciencia. Y desde esa metáfora orquestada del laberinto de cortinas rojas para perderse, como en la historia de este país, toca devolverse para poder salir, porque es menester desandar esto.

Mañana, una paz —repite.


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