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Por las galerías Atlas de galerías y espacios autogestionados en Bogotá, 1940-2018.
(ISBN 978-958-5595-27-9) Colombia.


proyecto ganador de la Beca de Investigación en Artes Plásticas, Idartes, 2018, con el apoyo del Fondo para profesores asistentes (FAPA) de la Vicerrectoría de Investigación y Creación, y la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes.

Investigación realizada con Natalia Gutiérrez y Jose Ruíz.


Por las galerías era el título de la columna semanal del periodista Jorge Moreno Clavijo, todos los domingos —entre 1970 y 1987—, en la sección “Lecturas Dominicales” del periódico El Tiempo. En esta columna, Moreno hacía un comentario general sobre una o varias exposiciones de arte inauguradas durante el último mes en galerías, museos, instituciones culturales y otros espacios afines en Bogotá. Por las galerías también fue el nombre de una sección cultural en la Revista Diners. Este proyecto se apropia de este título y plantea un recorrido histórico “por las galerías” y los espacios autogestionados en Bogotá desde 1940 hasta 2018.

El 18 de mayo de 1940 se inaugura la primera galería de arte en Bogotá con fines comerciales, en un local ubicado en la carrera Séptima frente al famoso edificio republicano del terraza Pasteur. Fue una iniciativa del inmigrante polaco Juan Friede junto al artista Ignacio Gómez Jaramillo. Lamuestra inaugural de laprimeragaleríade arte en Bogotá se tituló Primeraexposición colectiva de artistas colombianos e incluyó dibujos, pinturas y esculturas de 24 artistas nacionales entre los que se encontraban Ignacio Gómez Jaramillo, Pedro Nel Gómez, Dolcey Vergara, Carlos Correa, Salas Vega, Eladio Vélez, Hena Rodríguez, Luis B. Ramos, Gonzalo Ariza, Ramón Barba y Josefina de Barba.


Casa de la galería Gal.A.R.T


Seis años después del cierre de la Galería de Arte, en 1942, los comerciantes Álvaro y Alfonso Rubio fundaron Galerías de Arte S. A.en un local sobre la avenida Jiménez. En 1951 cerraron por dificultades económicas y el local lo adquirió el fotógrafo Leo Matiz para establecer allí Galerías de Arte y Foto Estudios Leo Matiz. Un año antes también se estableció, en los sótanos de la avenida Jiménez, Galerías Centrales de Arte, dirigidas por Casimiro Eiger. Estos cuatro espacios con nombres homónimos, ubicados entre la avenida Jiménez y la Biblioteca Nacional, son los cuatros espacios pioneros en la comercialización, exhibición y divulgación del arte en Bogotá.

Este proyecto comienza con la organización del archivo físico de invitaciones a exposiciones y recortes de prensa de galerías comerciales y espacios independientes que la artista Beatriz González recopila desde 1952. A este archivo personal se sumaron otros archivos privados y públicos que han ido configurando un corpus de documentos sobre galerías, espacios autogestionados y otros espacios de exhibición en Bogotá. La investigación comprende también la revisión del archivo de Karl Buchholz en el Zentralarchiv der Staatliche Museen zu Berlin; el archivo de Juan Friede, custodiado por el Archivo General de la Nación; la colección de carteles, folletos y hojas de la Biblioteca Nacional; el archivo digital del periódico El Tiempo; las revistas Espiral, Plástica, Eco, Diners, ArtNexus, Fotografía Contemporánea, Diarte y Arteria, los pantallazos de redes sociales y las páginas web, entre otros archivos personales.




Por las galerías. Atlas de galerías y espacios autogestionados en Bogotá, 1940-2018 está dividido en tres segmentos: “Páginas grises: ensayar y especular”, “Páginas rosas: conversar y anotar” y “Páginas amarillas: rastrear y compilar”.

“Páginas grises” reúne un conjunto de ensayos que abordan transversalmente el archivo. Planteamos ocho ejes que no pretenden constituir la única mirada sobre los documentos recopilados, la historia de las galerías y los espacios autogestionados en Bogotá, sino ser un punto de partida para futuras investigaciones.

El primer ensayo, titulado “El término ‘galería’”,revisa las ambigüedades y los significados de la palabra ‘galería’ con el objetivo de rastrear y complejizar sus usos. El segundo texto, “Galerías que hacen publicaciones y publicaciones que hacen galerías”, es una revisión zigzagueante de revistas, directorios y periódicos producidos por galerías, instituciones e iniciativas particulares. Sin el engranaje entre las galerías que producen publicaciones sobre sus actividades y la prensa que las divulga, este proyecto no hubiera sido posible. El tercer texto, “Circuitos del arte”, identifica sectores en la ciudad que se han establecido como “zonas para el arte” por la agrupación de galerías y espacios autogestionados. El cuarto texto, “Notas a ciegas sobre la categoría ‘arte joven’”,revisa la noción de “arte joven”, repetida en invitaciones, recortes de prensa y discursos fundacionales, y señala su uso recurrente como una plusvalía discursiva. El quinto texto, “Un espacio para la fotografía en las galerías de Bogotá”,rastrea la inclusión de la fotografía en galerías que han validado esta práctica en el circuito artístico. “Otras aulas”, el sexto ensayo, se pregunta por las galerías y los espacios autogestionados como plataformas pedagógicas para la enseñanza de la historia del arte. En el séptimo texto, “La invitación y el coktail, coktel, coctail o coctel; menudencias y barnices”, se hace una selección de invitaciones para bordear la dimensión social del arte. El texto analiza los códigos y las estructuras propias de las invitaciones como objetos, evidenciando su falta de neutralidad. El octavo texto, “Arte y narcotráfico”, aborda el tema tabú de la relación entre el narcotráfico y la comercialización de arte en las galerías de Bogotá.

La sección “Páginas rosas” consigna, a través de conversaciones, las voces de algunos de los protagonistas que, desde la Academia, las instituciones, las galerías y los espacios autogestionados, han configurado el campo artístico en la ciudad. Estos diálogos amplían la mirada sobre el circuito comercial y expositivo del arte, permitiendo dilatar las posibles reflexiones sobre el rol de los espacios del arte.

Las “Páginas amarillas”constituyen un directorio de galerías y espacios autogestionados, compuesto por fichas individuales. Cada ficha corresponde a un espacio y registra la siguiente información: nombre, dirección, teléfono, fecha de inauguración y cierre, equipo de trabajo, un listado cronológico de exposiciones relevantes, una reseña del espacio y fuentes y bibliografía relacionada con el mismo. Es importante anotar que las reseñas en estas fichas no hacen un análisis de las obras de arte ni de las exposiciones realizadas por las galerías. Aunque incluir información como el teléfono puede parecer un gesto ocioso, apela a señalar el transcurso temporal que aborda el proyecto. Por ejemplo, el teléfono de la primera galería identificada tiene cuatro números, mientras algunos de los espacios rastreados de 2018 no incluyen sus números de teléfono como medio de comunicación principal. Este directorio se encuentra organizado en ocho décadas, comenzando en 1940.



El término ‘galería’ en Colombia se ha usado para designar múltiples espacios de exposición, desde salas en instituciones culturales hasta museos, bibliotecas, fundaciones y teatros. Aunque algunos de estos espacios tuvieron una función comercial, los salones de exposición como la Sociedad Colombiana de Ingenieros, el Club del Comercio, la Sociedad Colombiana de Arquitectos, el Teatro Colón, la Cámara de Comercio de Bogotá, la Galería Santa Fe, al igual que los museos, no han sido incluidos en esta investigación. La decisión de no incluirlos responde al aval institucional que prima sobre sus programas expositivos.

Inicialmente se quiso analizar el papel de la cooperación extranjera en la consolidación del circuito del arte en Bogotá. Por esta razón han sido incluidos otros espacios institucionales como el Centro Colombo Americano y la Alianza Francesa, instituciones que se crearon paralelamente a las primeras galerías en Bogotá y que hoy continúan operando. Es importante anotar que, dada la extensión temporal del proyecto, no está exento de erratas.

El título Por las galerías sugiere también un deambular errante, un paseo que se realiza sin dirección determinada, como por entre las tiendas y los pasajes. Este deambular de un lugar a otro pretende crear un directorio de este tipo de espacios, pero no la historia oficial ni definitiva. El proyecto se asoma a la especulación noticiosa con tintes periodísticos que alude a una mirada crítica. El ánimo del proyecto es aportar a la construcción continua del proceso de mapear, registrar, escanear y analizar esta historia. El archivo compilado será publicado en línea con acceso libre por el Banco de Archivos Digitales de Artes en Colombia (badac) de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes.

La particularidad de Por las galerías radica en que es un trabajo de archivo exhaustivo que recopila material desechable: invitaciones a exposiciones y volantes, recortes de prensa y publicidad pautada en revistas. Lo que no aparece digitalizado en los acervos de la prensa y en las revistas —porque de alguna manera no hace parte del capital intelectual de una publicación— representa, para este proyecto, la piedra angular que lo articula, pues se trata de un material que resulta crucial para acercarse de manera crítica a una historia de la que poco se ha escrito.


C. C., J. R., N. G.




El término galería




“¡Uy, los de galería!”, decía la gente refiriéndose de manera peyorativa a los de la “tercera fila” en el Teatro Colón y en el Teatro Municipal en las narraciones de la vida cotidiana de los bogotanos de la segunda mitad del siglo XIX. La gente de galería —ubicada en la parte trasera superior del teatro— hacía parte de la estratificación espacial de un incipiente espacio de consumo cultural que era parte del proyecto modernizador del Estado que actúa también a través de la industria cultural. El cronista José María Cordovez lo narra así: “A la fila primera o de abajo concurría la clase media y de cuando en cuando, algunas traviatas; a la fila segunda o del medio, la aristocracia, y a la fila tercera o gallinero, lo que su nombre indica, personas de ambos sexos de la clase baja”.[1]La gente de galerías —o gallinero— era grosera, tiraba objetos al escenario, hablaba en voz alta, molestaba a los actores, pero, sobre todo, incomodaba a las costumbres de la época, en la que se esperaba en estos recintos a un público adoctrinado, sumiso, callado y juicioso.

Algo muy similar sucede en el grabado de 1733 de William Hogarth, The Laughing Audience, donde se puede ver a una audiencia riendo e intercambiando bienes ante un escenario que no aparece en la imagen. Este y otros documentos se burlan del carácter irrespetuoso del público, que opina, insulta y grita a lo largo de todas las presentaciones. No es extraño que este tipo de prácticas fueran usuales en el teatro capitalino fundado hacia 1857. Los valores sociales y civiles ajustados a las particularidades de una idea de civilización, hacían parte de unas prácticas ilustradas, que convergían en la participación del público en la emergente  industria cultural, de la que hacía parte el teatro. De hecho, en la versión de 1984 del Diccionario de la lengua española, una de las definiciones del término galería alude al “paraíso del teatro” y la siguiente definición señala: “público que concurre al paraíso de los teatros”.

La palabra ‘galería’ está plagada de ambigüedades. Galéria es un golfo en la costa en la isla francesa de Córcega. En los tiempos de la Roma Imperial, Galeria era el nombre de una gens romana, o de una familia. Los miembros masculinos de las gens Galeria tenían el nombre de Galerius, y los miembros femeninos de Galerias. Galerius, de la familia gens Galeria fue también un emperador romano del 305 al 311. En el tomo de Historia Natural del procurador imperial romano Plinio el Viejo, se hace una mención a Galeria Copiola, bailarina de la antigua Roma listada bajo la categoría de mujeres nonagenarias notables de la época y de las pocas artistas cuya carrera pudo ser datada. 

“La galería” es también un cuento del escritor puertorriqueño José Luis González,[2]publicado en México en 1972, que retrata la sociedad puertorriqueña y su lucha por la identidad cultural. Sin ir más lejos, Wikipedia muestra en su entrada en inglés de la palabra Gallery[3], entre otras, el nombre de una banda norteamericana de rock suave de los años setenta, el título del álbum debut de la banda berlinesa Elaiza de 2014, una compilación francesa de hard rocknorteamericano de la banda Great White de 1999, el álbum de Bert Kaempfert de 1974 y el álbum Dark Tranquility de 1995.

Gallery es también el título de una canción de Mario Vásquez y otra de Bradley Joseph. El término designa, además, una serie documental de televisión canadiense de 1973 a 1979. Gallery Girls es un realityde televisión en el que un grupo de jóvenes mujeres norteamericanas se debate entre su “pasión por el arte” y el ansia de hacer parte del mercado como señoritas de galería. Es también una revista de Montcalm Publishing, un videojuego de realidad virtual y una novela de 1947 de John Horne Burns.

En fuentes más elaboradas, como el Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias y artes de 1898[4]existe el registro de varios tipos de galerías. Para empezar:

galería es un género de insectos microlepidópteros, de la familia de los pirálidos, que se caracteriza por las tenues escamas que recubren los palpos formando prominencia; las alas superiores-escotadas en su borde posterior y bastante inclinadas con la extremidad vuelta; carecen de ojuelos. Son notables la Galería de la cera (Gallería cerella) y la Galería de la miel (G. Mcllionella), que ocasionan grandes estragos en los panales y las colmenas. La Galería de la miel se distingue porque el macho tiene los palpos cortos y un artejo puntiagudo, hueco y desnudo, mientras que en la hembra están provistos de escamas y sobresalen de la cabeza. (…) La oruga de la Galería de la cera es de color blanco sucio, con puntos vomicosos, aislados, de forma cilíndrica, de 0m, 20 á 0m, 25 de largo, con la cabeza y los extremos opuestos de color castaño obscuro; la larva de la Galería de la miel es un poco menor; tiene color de hueso y presenta dieciséis patas; la cabeza y el escudo de la nuca son de un pardo castaño, más claro en la válvula anal; en el segundo y tercer segmentos hay unas verruguitas amarillas, con cerdos pareadas, reunidas en una especie de corona; en los otros segmentos se cuentan ocho de estas verruguitas en cada uno. (…) Galería (del gr. γάλη, especie de galería): f. Pieza larga y espaciosa, adornada de muchas ventanas, o sostenida de columnas o pilares, que sirve para pasearse ó colocar en ella cuadros, adornos y otras preciosidades.



Es un cuarto la tercera
En forma de GALERÍA
Que de jaspes de San Pablo
Sobre tres arcos estriba.
—ROJAS.



Abreviemos el camino.
—La GALERÍA nos da
Paso al palacio.
—HARTZENBUSCH.



Galería Corredor descubierto, ó con vidrieras, que da luz á las piezas interiores en las casas particulares. Galería Colección de pinturas.
...¡estos y no otros cuadros necesitamos en
nuestras GALERÍAS!
—MESONERO ROMANOS.



Galería: Camino subterráneo que se hace en las minas para ventilación, comunicación y desagüe. Galería: Fort. Corredor en arco, formado sobre fajina y tierra, con que se ciega el foso para llegar desde los ataques a la brecha, armándolo bien de ramas, pieles y otras cosas que resistan el fuego de la plaza. Galería Mil.Máquina militar antigua, que se reducía á un cubierto de tablas aforradas en pieles, para poderse arrimar con defensa los sitiadores á la muralla. Galería aspillerada: Fort. Especie de camino cubierto que se construye en las obras de fortificación permanente. Puede servir como galería de contramina, y al mismo tiempo de revestimiento á la escarpa y contraescarpa de los fosos. Si tiene alguna longitud se practican varios respiraderos en la bóveda para dar salida al humo que producen las armas de fuego. - Galería de ataque: Mar. En el día se construye sobre la misma cubierta, robando á dichas cámaras en el extremo de popa la parte que ocupa esto corredor ó mirador, con cuyos nombres también se le llama. Galería de dirección: Min.La que se abre en las minas, siguiendo la dirección que tiene el filón ó capa mineral. Galería de ensayo: Min. La que se hace para reconocer la riqueza de una mina. Galería de envuelta: Fort. La mina que está debajo del glacis de las obras fortificadas, y que, por lo general, su dirección es paralela á la cresta. Galería de escucha: Fort. Cada una de las que en el sistema de minas de una plaza fortificada salen normalmente de la galería de envuelta, y sirven para hacer adelantar los trabajos á los minadores, y ver el punto por donde el enemigo intenta la contramina; tienen gran longitud (50 á 70 metros), y se establecen tres ó cuatro delante de cada saliente en todo sistema de minas. Las de menores dimensiones que de ella arrancan para asegurar la posesión de todo el terreno entre las vías de escucha se llaman ramales. Galería de sombrajos: Top. Colección de barracas de madera abiertas por tres lados, que se usan en la medición de bases geodésicas, trasladándose unas á continuación de otras á medida que avanzan las operaciones, y cuyo objeto es preservar á los aparatos y operadores de las influencias atmosféricas. Galería encofrada: Fort. La que después de abierta subterráneamente se apuntala con maderas para impedir el movimiento y desprendimiento de las tierras que podrían obstruirla ó cegarla. Galería mortífera: Fort. La que casi tiene la misma longitud que el camino cubierto, y, por lo general, llega á la inmediación de la contraescarpa, á fin de ventilarla ó de proporcionar la circulación del aire.


El Diccionario universal de la lengua castellana, ciencias y artes: enciclopedia de los conocimientos humanos de 1875 y 1881, aunque anterior y con descripciones similares, señala que la galería, es un pasillo comunicante, ya de recreo y desahogo:


Galería: s. f. (…) Especie de pasillo más ó menos largo, á manera de corredor, cerrado comúnmente con cristales ó persianas, ó con ambas cosas, que sirve, ya de comunicación á diferentes piezas del edificio, ya de recreo y desahogo. —En general, toda obra arquitectónica, larga y despejada, que presenta más ó menos analogía con cualquiera de las dos ya explicadas. —Nombre que se dá generalmente á todo lugar subterráneo, abovedado y más ó menos largo, por el cual se puede andar libremente, aunque sea oscuro, especialmente cuando sirve también para comunicarse con otras varias piezas o habitaciones.




En este mismo diccionario se encuentra una alusión amplia a la función de una galería “donde se cuelgan cuadros” y se menciona la relación entre el espacio y la configuración de la colección:


Galería:Bell. Art. Colección de cuadros pertenecientes á los soberanos, á los príncipes y aun á los particulares, cuando es tan considerable que puede llevar la denominación de gabinete. Hay muchas galerías célebres, tanto por su riqueza cuanto por el mérito de sus pinturas, hechas por hábiles maestros encargados de decorarlas.[5]



Siguiente a la definición de galería, consta una entrada que no existe en el posterior diccionario, el galerista:


Galerista: s. m. Mar. Soldado que no iba en las galeras. El que cuidaba de la provisión de las galeras y la tenía a su cargo.


Probablemente, el término galería proviene de Italia, por un lado, la galleria era una parte invariable de la residencia de los príncipes del siglo XVII, generalmente situada en el primer piso de la casa de los primeros coleccionistas y forjadores de gabinetes de curiosidades. Hacía 1743, con la apertura de Galería de los Uffizi en Florencia, que presenta los tesoros de los Medici[6] tal y como Giorgio Vasari entendió que debían ser presentados, se instaura la noción actual que predomina en occidente sobre la galería de arte. La idea de la casa como un espectáculo de esplendor, riqueza y posición no surge hasta que el mecenazgo se convierte en un deber social público y acompaña la exaltación de lo privado.

Abierto al público y uno de los primeros destinos turísticos en el clásico Grand Tour, una de las lecciones aprendidas en la construcción de esta galería, es que los pasillos, antes destinados a almacenar la obra secundaria, servían mejor al visitante y al historiador a la hora de construir secuencias de ordenamiento —narrativas— así como facilitaba una tecnología de la visión fresca y espontánea, contra la mirada prevista y subordinada a la que invita el salón, lustrando la voluntad renacentista de reunir y ordenar, generando espacios paraver en un paseo contemplativo.[7] Dicha tecnología del espacio, enfatizaba también el nuevo estatus de poder dominante adquirido en Florencia por parte de los Medici. Una de las principales tareas inconscientes y no nombradas impuestas al “invitado” o “visitante” sería la de ejercer la mirada en la apreciación, para medir, y evaluar el tiempo, el dinero y la experiencia invertida en los espacios y en las cosas y, mediante este proceso, adoptar la posición sometida: es decir, adherirse y estar de acuerdo con las disposiciones implícitas en la configuración del espacio, del sujeto y del objeto.

Así las cosas, se puede deducir que, ante todo, una galería, en el estricto sentido de la palabra, es un espacio. Arquitectónicamente, la galería está conformada, en primer lugar, por el soportal, que son los arcos de entrada a una plaza de mercado. Es esencialmente una arcada que cubre el espacio arquitectónico en algunos edificios, disponible en las entradas para proteger contra la lluvia y el frío, permitiendo el tránsito de peatones. Tiene la forma de un porche, y no se limita necesariamente a la entrada principal. Las arcadas cubren toda la fachada de uno o más edificios y son muy comunes en la arquitectura rural de España.

Las plazas mayores en la arquitectura colonial también se asocian a menudo con la función comercial particularmente adecuada a la posibilidad de mantener los bienes protegidos de la lluvia y el sol. No es coincidencia que, en algunas regiones de Colombia, como la costa caribe o la zona cafetera, la galería sea el lugar donde se hace el mercado. En la novela Cóndores no entierran todos los días, el protagonista, León María Lozano, hace referencia al “antiguo vendedor de quesos de la galería”.[8]

La profusión de pasajes y galerías comerciales, así como la de aceras para el transeúnte, propicia el escaparate, el cartel y el comercio en el que ya no hace falta entrar para saber qué se vende y a qué precio.[9] Un lugar de este estilo fue la Galería de los Arrubla —donde hoy se levanta el Palacio Liévano— en el centro de Bogotá. Este fue un espacio considerado el primer centro comercial del país. En la noche del 20 de mayo de 1900 un incendio consumió las galerías Arrubla, destruyendo también el archivo histórico de Bogotá.[10]

Una de las primeras instituciones culturales en Colombia, la Galería Nacional de Pintura (1864-1873), constituyó una colección pública de arte de pinturas coloniales que luego serían trasladadas al acervo del Museo de Historia Natural, inaugurado el 4 de julio de 1824[11](hoy en día Museo Nacional).[12]La palabra galería aparece para referirse al proyecto mediante el decreto que da inicio a la creación del Instituto Nacional de Ciencias y Artes. En este contexto, según el Diccionario manual de Pintura, Escultura, Arquitectura, Grabado, & co., el término ‘galería’ hace referencia a “un lugar tres veces más (sic.) largo que ancho, embovedado, con cielo raso en que suele haber pinturas, estatuas y cosas preciosas para instrucción (sic.) y recreo […]”[13]. Así, la concepción de la galería asociada a un proyecto modernizador del Estado, y a la producción de una narrativa de nación, daba respuesta a demandas de orden internacional, copiando la idea de galerías y museos nacionales y “contra la presencia de los grupos sociales internos de la comunidad nacional”[14]. Para Víctor Manuel Rodríguez, esta es una narrativa que no solo colaboró en la creación de un nuevo Estado, sino facilitó el control de la diferencia interna.

En el ámbito del arte local, el término galería implica casi siempre una condición: el lugar donde el arte se exhibe y se vende. Casi siempre, pues también se puede concebir el nombre Galería a un espacio de exhibición. Es el caso del términogallery en inglés, que designa un espacio expositivo que no implica esencialmente la comercialización de la obra de arte como una condición necesaria, pero tampoco la excluye. Este término, estrechamente ligado a las primeras configuraciones de museos y narrativas de nación en occidente, está relacionado con el término Kunsthalleen alemán, que designa el lugar donde se exponen obras de arte, con un significado más específico que la galería de arte y su concepción en español. El Kunsthalle que surge a mediados del siglo XIX como un lugar para exhibir arte en países de habla alemana, es esencialmente diferente de la galería comercial y del museo tradicional, pues no cumple con el precepto de comercializar arte, ni la obligación de preservar y coleccionar piezas de arte. Como formato institucional, ha jugado un rol relevante en los últimos 50 años pues implica un espacio convergente de debates sociales contemporáneos.

Hay una intraducibilidad de la palabra galería que apunta a la imposibilidad de un consenso general sobre su significado en el mundo del arte global y el idioma globalizado que habla.[15]La idea de lo intraducible, abordado aquí desde lo poroso, lo inconmensurable y lo relativo. El sentido de la galería es traducible, pero sus funciones no son adaptables a contextos locales, no hay un sistema de equivalencias donde lo que significa una palabra en un contexto sea replicable —como en un cajón abierto del que se pasa de un lado a otro, de un idioma a otro—.

La intraducibilidad se debe a que es un término que significa muchas cosas, en muchos contextos. Aquí, el llamado es concentrarse de manera aún más precisa en los problemas de traducción. Emily Apter[16]se opone a los principios operativos de la traducción, que obedece a un sistema de equivalencias, generalmente usado en ejercicios de traducción propios de la literatura mundial. La intraducibilidad como una forma de pensar la literatura y otras formas de producción cultural, como el campo del arte, cuestionan la red global de conocimiento homogeneizado, donde la batalla entre lo local y lo global sigue vigente y se ejemplifica en la traducción y el uso de términos como ‘galería’ y la presunción de que significan lo mismo en todos los contextos.

Brian O’Doherty, en su texto Dentro del cubo blanco,describe la galería moderna como un espacio construido bajo ciertos principios básicos: el mundo exterior no debe entrar, las ventanas están usualmente selladas, las paredes pintadas de blanco, el techo se convierte en una fuente de luz y, en últimas, el arte es libre de “tomar vida propia”[17]. O’Doherty advierte que el paradigma planteado por el espacio de la galería mantiene la misma raíz estructural y vertical de la fantasía y la exclusión, dado que la galería en la modernidad se presenta como un espacio trascendental, donde un tipo de limbo sin tiempo se torna aséptico ante la realidad exterior. La condición sin tiempo de la ideología del cubo blanco implica una apuesta a una obra que, al no tener tiempo, se asegura en la posteridad y se convierte en garantía de una buena inversión. 

El espacio de la galería, con sus superficies inmaculadas e intocadas por el tiempo, pasa al frente de la producción artística. Los pisos son pulidos para asegurarse de que ni los pasos del visitante emitan sonido alguno. En la galería clásica moderna, como en las iglesias, no se habla con un tono de voz normal, no se come, no se ríe, no se duerme. La galería promueve “el mito de que somos seres espirituales donde no hay cansancio frente a las vicisitudes del tiempo”[18]y donde algo de la santidad de una iglesia, de la solemnidad de la sala judicial o de la mística de un laboratorio de investigación se unen en un diseño chic para producir un espacio singular dedicado a la estética. Algún escritorio discreto es el único mueble dispuesto, que no debe intervenir con la sacralidad conferida al objeto artístico. El espacio aislado, aséptico, nulo, blanco e ideal, busca todos los medios para ratificar sus objetos como arte y para distanciarlos de todo lo que pueda perjudicar su digestión.

Esta concepción del cubo blanco dentro del espacio de la galería, independientemente de su acepción comercial o del espacio arquitectónico donde el arte se muestra, sigue vigente en la configuración del término galería. El cubo blanco, como operación de blanqueo lechado, apela a ejercicios de presencia y poder. En otro de sus textos,[19]O’Doherty plantea la convergencia del cubo blanco como un lugar de posibilidades: un medio alquímico donde el arte es periódicamente depositado, eliminado y reemplazado; el espacio cero infinitamente mutable y potencial del espacio expositivo. Definir el espacio expositivo implica también definir la puesta en escena en un espacio/tiempo. Para Lyotard, una exposición es un ejercicio de resistencia, de ofrecimiento y de manifestación cuando afirma que “exponer es poner completamente en el exterior”[20], no sin antes señalar que estos términos son jurídicos, retóricos, políticos y filosóficos.

La galería, el museo y demás vehículos de exhibición del arte, son instituciones que forman parte de lo que Tony Bennett ha denominado el complejo expositivo.[21] En estas instituciones, vinculadas con la transferencia de objetos y cuerpos, a través de representaciones del sujeto se forman vehículos para inscribir y transmitir discursos en la sociedad. Con el carácter pasivo y privilegiado del espectador como una población que debe ser educada, el cubo blanco se asume a sí mismo como agente educativo y civilizador. En este sentido, se puede inferir que los espacios expositivos han construido formas específicas de pensar e inducir pensamiento y, por lo tanto, participan en la construcción colectiva del sujeto.

En la escena bogotana, el espacio de la galería, desde sus primeros establecimientos, no es del todo ajeno a las construcciones ideológicas de otras latitudes. Julián Serna, en su investigación sobre la historia de las primeras galerías de arte de Colombia, estipula que a mediados del siglo XX los artistas colombianos de la época, como sujetos modernos, debían no solo participar de manera activa en la consolidación de espacios donde su trabajo pudiera ser mostrado, sino hacer parte de la educación de un público que pudiera reconocer este tipo de producción. Sobre el papel y la función del espacio de la galería, Serna cita un texto publicado en la revista Espiral, en junio de 1948, relacionado con la apertura de Galerías de Arte S. A.:


El artista, al terminar su obra, se desprende generosamente de una parte de su propia personalidad, pero esta obra ha sido integrada con los valores comunes a todos los semejantes del pintor. La obra, desde ese momento, comienza a ejercer su función, ya independientemente del que la creó. […] El artista, al concluir su obra, siente la necesidad de que esta entre en contacto con el público. Él la ha creado para eso y desea, es más, que salga del taller y entre en la propiedad de una persona capaz de valorizarla y conservarla. Por ello necesita de la exhibición su obra, como el entusiasta del cuadro necesita, a su vez, del lugar o el salón donde encuentre expuesta la obra de arte.[22]


Si bien la cita lleva implícito el pulso mercantil de la exhibición de la obra de arte y su consecuente valorización, refuerza la definición de la galería de arte como instancia intermedia entre el circuito artístico y el ámbito social. En esa misma línea, en una entrevista de los años noventa publicada en el periódico El Tiempo, Azeneth Velásquez, de la Galería Garcés Velásquez, afirma que “la galería ubica a un artista interesante, lo matricula, dice que es bueno y comienza un plan de reconocimiento de su obra. Para eso es la galería”.[23]Aunque la cita limita las posibles interpretaciones a las que puede apelar el espacio, delimita lo que se considera que hace —o debe hacer— un espacio de comercialización de arte como espacio de intermediación.

Aunque en este proyecto no vamos a ahondar en las funciones ni tipologías de mercado de las galerías, sí es pertinente establecer una etimología del término. En ese sentido, se entiende la definición de ‘galería’ como el vehículo señalado anteriormente por O’Doherty, como un lugar alquímico de contingentes potencialidades.

Este proyecto contempla el espacio de exhibición de galerías, espacios independientes o autogestionados, salas de exhibición vinculadas a empresas privadas y excluye la figura del museo y los espacios de exhibición del Estado. Asume la noción de galería como plataforma que permite cierto grado de experimentación y que apoya y promociona el trabajo de los artistas. Aquí radica la importancia de la galería y del espacio independiente en el circuito local. El artista pasa por el espacio de la galería —entendida como plataforma— antes de consolidarse y tener cabida en el museo: como rito de paso, lugar de experimentación o éxito comercial, la tipología de la galería y el espacio independiente constituyen el lugar del arte contemporáneo.

Lo anterior, de ninguna manera quiere decir que el espacio de la galería se presente como un equivalente de los espacios autogestionados, alternativos, independientes, autónomos, y la posible lista de adjetivos que acompañan su función y tipología. Si bien los términos ‘independiente’ y ‘autónomo’ han sido debatidos en el campo del arte, especialmente en Bogotá, con connotaciones de heroísmo, porque son los llamados a hacer lo que la Institución con I mayúscula no puede o no quiere.[24]

Si la galería es el lugar de las luchas de poder realizadas a través de la comedia, la ironía, la trascendencia y, por supuesto, el comercio,[25]el espacio independiente es todas las anteriores, restándole en algunos casos —en los que no se trata solo de un disfraz o una impostura— la variable del comercio. Al señalar las ambigüedades del término galería, y al querer concebir su terminología como una definición en fuga, intraducible y maleable, el proyecto acude a la concepción de la galería como un espacio físico, más que a una definición certera y cerrada que no permite ser complejizada.


C. C.

Bibliografía
Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias y artes de 1898, Tomo 9, Biblioteca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional de España, http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000165839

“Gallery”Wikipedia, https://en.wikipedia.org/wiki/Gallery

“Modus Operandi: encuentro y debate en torno a prácticas independientes”, Esferapública. http://esferapublica.org/nfblog/modus-operandi-encuentro-y-debate-en-torno-a-espacios-y-practicas-independientes/

“Producir la escena | Seminario Modus Operandi”, Esferapública.http://esferapublica.org/nfblog/producir-la-escena-modus-operandi-9/

Álvarez Gardeazábal, Gustavo. Cóndores no entierran todos los días. Barcelona: RBA Ediciones, 1994.

Apter, Emily. Against World Literature: On the Politics of Untranslatability. Londres, Nueva York: Verso, 2013.  

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[1] José María Cordovez Moure, Reminiscencias de Santafé y Bogotá. (Bogotá: Ministerio de Cultura: Biblioteca Nacional de Colombia, 2015) 66.

[2] Michael Ugarte. “Book Review: La Galería”. Hispania 56, n.º 4 (1973): 127-128.

[3] “Gallery” Wikipedia, acceso el 10 de julio del 2018, https://en.wikipedia.org/wiki/Gallery

[4]  Diccionario enciclopédico hispano-americano de literatura, ciencias y artes de 1898, Tomo 9, Biblioteca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional de España, acceso el 21 de julio del 2018, http://bdh.bne.es/bnesearch/detalle/bdh0000165839

[5] Nicolás María Serrano, Diccionario universal de la lengua castellana, ciencias y artes: enciclopedia de los conocimientos humanos. p. 694, volumen 6. Biblioteca Digital Hispánica, Biblioteca Nacional de España, acceso el 27 de julio de 2018, https://goo.gl/qDRpya.

[6] Es curioso que el término galería provenga de la casa de los banqueros más ricos de la Italia renacentista y que en la galería de arte se comercializa arte. Esta idea se explora a fondo en el libro de Eilean Hooper-Greenhill,Museums and the Shaping of Knowledge. (Londres: Routledge, 1992).

[7] Eilean Hooper-Greenhill, Museums and the Shaping of Knowledge. (Londres: Routledge, 1992) 23.

[8] Gustavo Álvarez Gardeazábal, Cóndores no entierran todos los días. (Barcelona: RBA Ediciones, 1994) 80.

[9] La relación con el museo y el pasaje comercial en el caso de Bogotá se explora a fondo en: Jaime Iregui, El museo fuera de lugar. (Bogotá́: Universidad de los Andes, Facultad de Artes y Humanidades, 2008) 1-35.

[10] Rafael Arrubla, “El primer centro comercial de la ciudad”, El Tiempo, 9 de julio de 2006, http://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-2095710

[11] Diario Oficial del 18 de agosto de 1824 citado en Víctor Manuel Rodríguez, “La fundación del Museo Nacional de Colombia. Gabinete de curiosidades, órdenes discursivos y retóricas nacionales”, en Pensar el siglo XIX: cultura, biopolítica y modernidad en Colombia, editado por Santiago Castro-Gómez. (Pittsburgh, PA: Biblioteca de América, 2004), 167.

[12] Un aporte significativo al análisis entre coleccionismo, exhibición pública y arte en el siglo XIX, a partir del caso de la Galería Nacional de Pintura, es realizado en Juliana Lesmes, “La Galería Nacional de Pintura (1864 - 1873): Coleccionismo, patrimonio y apreciación artística en tiempos de desamortización” (Tesis de maestría en Historia del Arte, Universidad de los Andes, 2018), 40.

[13]Francisco Martínez, Diccionario manual de Pintura, Escultura, Arquitectura, Grabado, & co., 198. Citado en Juliana Lesmes, “La Galería Nacional de Pintura (1864 - 1873): Coleccionismo, patrimonio y apreciación artística en tiempos de desamortización” (Tesis de maestría en Historia del Arte, Universidad de los Andes, 2018), 40.

[14] Víctor Manuel Rodríguez, “La fundación del Museo Nacional de Colombia. Gabinete de curiosidades, órdenes discursivos y retóricas nacionales”, en Pensar el siglo XIX: cultura, biopolítica y modernidad en Colombia, editado por Santiago Castro-Gómez. (Pittsburgh, PA: Biblioteca de América, 2004), 170.

[15]  Alix Rule y David Levine, “International Art English”, Triple Canopy, acceso el 20 de agosto del 2018, https://www.canopycanopycanopy.com/contents/international_art_english.

[16] Emily Apter, Against World Literature: On the Politics of Untranslatability, (Londres, Nueva York: Verso, 2013), 1-27.

[17] Brian O’Doherty,Inside the White Cube: The Ideology of the Gallery Space. Expanded ed. (Berkeley, CA: University of California Press, 1999), 15. (La traducción es mía).

[18] Ibíd, 18.

[19] Brian O’Doherty, “The Gallery as a Gesture”, en Thinking About Exhibitions, editado por Reesa Greenberg, Bruce W Ferguson, y Sandy Nairne, (Nueva York: Routledge, 1996), 227.

[20] Jean-François Lyotard, “Les Immatériaux”, en Thinking About Exhibitions, editado por Reesa Greenberg, Bruce W. Ferguson, y Sandy Nairne, (Nueva York: Routledge, 1996), 120.

[21] Tony Bennett, The Birth of the Museum: History, Theory, Politics (London; New York: Routledge, 1995), 61.

[22] Casimiro Eiger, “Exposición de maestros americanos” [19-ii-1949], citado en: Julián Camilo Serna, “El valor del arte. Historia de las primeras galerías de arte de Colombia (1948-1957)”, en Ensayos: Historia y teoría del arte, n.º 17, jul. (2009): 61-84. Acceso el 20 de noviembre de 2018, https://revistas.unal.edu.co/index.php/ensayo/article/view/45870/47426

[23] Jairo Dueñas, entrevista a Aseneth Velásquez en “Frente a las obras y el negocio de las exposiciones, ¿pared o paredón para el arte?”, El Tiempo, domingo 19 de agosto de 1990.

[24] Una pregunta todavía vigente: ¿Independientes de qué? Para revisar algunos de estos debates, leer:

“Producir la escena | Seminario Modus Operandi”, Esferapública, acceso el 3 de enero de 2018. http://esferapublica.org/nfblog/producir-la-escena-modus-operandi-9/

“Modus Operandi: encuentro y debate en torno a prácticas independientes”, Esferapública, acceso el 3 de enero de 2018. http://esferapublica.org/nfblog/modus-operandi-encuentro-y-debate-en-torno-a-espacios-y-practicas-independientes/

Susana Quintero Borowiak, “De artistas para artistas. Crónica viva de (deriva sutil en torno a) los espacios alternativos (independientes, autogestionados, autónomos) en Bogotá”, Esferapública, acceso el 3 de enero de 2018. http://esferapublica.org/nfblog/category/independientes/

[25] Brian O'Doherty, “The Gallery as a Gesture”, en Thinking About Exhibitions, editado por Reesa Greenberg, Bruce W. Ferguson, y Sandy Nairne, (Nueva York: Routledge, 1996), 229. (La traducción es mía).



Notas a ciegas sobre la categoría “arte joven”




“Después no respondo por esos autores jóvenes,
porque siempre están en etapas de cambios de influencias”.
Edgar Negret,
El Tiempo, domingo 19 de agosto de 1990.[1]



La noción de “arte joven”, una idea por momentos maleable y equiparable a muchas otras, es una dupla de palabras que crea un nicho, bien sea porque se usa frecuentemente y, de tanto usarla, en un tiempo y lugar determinados, se convierte en una categoría capaz de agrupar un fenómeno. El uso repetido de una idea genera sospecha: al principio es solo una voz; luego crece más y más, hasta llegar a ser un coro, luego una cacofonía. El uso reiterado de una categoría, ya establecido su nicho, sirve también para implementar un mercado y un capital simbólico alrededor de esta especie de “clonación”, lo que encierra un ejercicio de poder.

Se trata de categorías que, con el tiempo, se convierten en discursos legitimadores. La categoría de lo “joven”, como la de lo “contemporáneo” o lo “emergente”, se convirtió en un discurso, especialmente señalado en las invitaciones a exposiciones en galerías y textos de fundación de espacios independientes en Bogotá.

El uso reiterativo de “lo joven” como categoría se transforma en una plusvalía, un valor agregado, un bono en combo. Si pensamos en Marx, la plusvalía es el pan diario de la economía capitalista, que debe generar constantemente un valor agregado. La plusvalía en el arte tiende a aparecer cuando hay un deseo por justificar un esfuerzo especial o un gasto en el curso de la producción de algo simbólico, como el aumento del valor de un objeto por motivos extrínsecos a este.[2] Esa transacción podría ser equivalente a otro tipo de relaciones bajo la sombrilla de “lo joven”, estructuradas en los planteamientos de las galerías y los llamados espacios independientes, a través de invitaciones, textos de exposiciones y prensa. Pero, de nuevo, las palabras se escurren entre los dedos. La cacofonía ensordeció. El presente texto no supone una historiografía de “lo joven”, sino un recorrido rampante por la viscosidad del uso constante del término.

Lo que es o puede significar el “arte joven” se aleja de un estatus de tiempo; el arte joven de ayer es el arte consagrado de hoy y el arte joven de hoy mañana será el de antaño. El arte joven no se enuncia como una categoría por razón de edad, genealogía, cuerpo o biografía, ni por un momento específico de la vida, alude a la constitución de un sujeto joven, pero también a la designación de una forma de operar. Como lo menciona Nadia Moreno en su libro Arte y juventud: El Salón Esso de artistas jóvenes en Colombia: “La juventud ha sido una noción atada a la administración de la vida en la cultura occidental y desde allí se ha desplegado hacia ámbitos de significación diversos hasta llegar a designar prácticas y objetos”. [3]Hay entonces un sujeto que se puede catalogar como joven y surge la posibilidad de enmarcar lo que él hace dentro de una categoría como experiencia. La categoría “arte joven” ha sido usada reiterativamente por galerías y espacios autogestionados para identificarse. Su uso reiterativo, además, ha estado ligado a salones, concursos, becas y todo tipo de iniciativas culturales que abogan por las actividades que promueven el apoyo a este sector poblacional. Es decir, promover artistas jóvenes es una práctica que, a través de su discurso, deviene en la configuración identitaria de su hacer.

Otra noción de la categoría arte joven, como lo señala Moreno, es la de un sujeto cambiante, idóneo para el ámbito artístico ligado a la idea de lo nuevo. No sería del todo cierto afirmar que la categoría “arte joven” sea asumida con ligereza en todas las ocasiones en las que es usada; sin embargo, por momentos es empleada como una categoría trivial que se convierte en el banderín de gestión de un espacio o de una galería, sin estar necesariamente ligada a una actitud en la programación. Esto permite leer el uso recurrente de la categoría “arte joven” como una plusvalía; y aquí el lenguaje juega un papel primordial a través de la prensa y las invitaciones que usan la categoría para legitimar un discurso.

Eduardo Serrano, en el texto de la invitación a la exposición Nombres nuevos en el arte de Colombia[4], realizada en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, en marzo de 1972, señala que las diferencias entre “artista joven” y “arte joven” son borrosas. Por un lado, la categoría “artista joven” es un término con énfasis generacional que, aunque empleado por la crítica de arte por razones de tipo histórico o sociológico, trasciende como mera información dado que el arte es parte de una estructura social en la que los valores son establecidos por instituciones como museos, salones, la crítica y las galerías. El examen de estos valores arroja una luz sobre la concepción de arte de la sociedad a la que pertenecen, donde la categoría “arte joven” cumple las funciones que le competen a la definición misma del arte.

El “arte joven”, argumenta Serrano, no es aquel producido por artistas jóvenes porque es un término elusivo que obedece a conceptos efímeros que, a pesar de envejecer, rápidamente aluden a la intensidad de lo novedoso, el afán de lo dinámico, el ímpetu de lo agresivo. Más allá de las diferencias de términos a las que alude el texto —arte joven o artista joven—, lo cierto es que desde la institucionalidad se empieza a construir al sujeto “artista” ligado a la idea de juventud.

En el periódico La República, en la sección cultural a cargo de Amparo Pérez, hay una entrevista a Bernardo Salcedo en la cual se le pregunta: “¿Cuál es su concepto del arte joven?”, Salcedo responde:

No hay arte joven. Recientemente fui a Cali para ver un salón de esta naturaleza y me encontré con gente menor de 25 años donde todos pintan como si tuvieran 80 años. No hay libertad, lo que fue premiado por el jurado era lo peor […] seguiremos así mientras Colcultura llame a las señoras de las páginas sociales de Bogotá. El último arte joven en Colombia lo hicimos hace 10 años Carlos Rojas y yo. [5]

En el artículo, Amparo Pérez señala a Salcedo como el artista que más caminos ha abierto al arte joven en Colombia. Sin embargo, el señalamiento que hace Salcedo alude a una producción artística pensada para un premio. No apela a la edad, sino a una actitud conservadora y complaciente a favor de uno de los muchos certámenes que toman como bandera la categoría de arte joven. De acuerdo con esta idea, Guillermo Vanegas señala que “cuando se habla de ‘arte joven’ es necesario tener en cuenta que se trata de un grupo objetivo dentro del campo artístico, previamente definido a partir de la perspectiva de las entidades museales más que de una comunidad semiprofesional deliberadamente organizada”. [6]

Para las administraciones de certámenes los artistas jóvenes se contemplan como una “población homogénea, localizada entre los veinticinco y los treinta años, capaz de hacer promesas de renovación estilística y de garantizar la sostenibilidad de una serie de programas expositivos diseñados —por lo menos— a mediano plazo”.[7]La invocación de la novedad estética, de la búsqueda de lo nuevo, incluye también las agendas de las galerías, y los artistas jóvenes que participan en los certámenes son conscientes de esto. Tal vez, el señalamiento de Salcedo sobre la ausencia de juventud en un certamen se debe a que obedece a un ejercicio de poder enmarcado en la posibilidad, para muchos artistas, de pasar a otras agendas y plataformas de carácter más comercial.

Siguiendo la línea de “servir de plataforma al arte joven” en 1973, la Galería Avenida 19 (hoy Centro Colombo Americano) realiza la exposición “Arte Joven” con el propósito de estimular a los artistas de la nueva generación. En aquella ocasión, los artistas participantes fueron: Mireya Bastidas, Clemencia Carillo, Gloria Hernández, Victoria Porras, Reynel Rendón, Manuel Cantor, Raúl Marroquín, Rómulo Sánchez y Salustiano Romero. La invitación señala que estos “artistas ya han sido laureados en otras galerías”. [8] Es decir, el mencionado proceso de legitimación y salto de una plataforma a otra sucede, en este caso, a la inversa: primero la galería valida al artista y luego lo hace la institución. ¿Qué significa exactamente un artista laureado por otra galería? La última frase de la invitación sugiere que los artistas ya han expuesto su trabajo en otros espacios, y este respaldo les permite entrar en la institución. Cabe señalar que en ese momento la Galería Avenida 19 hacía parte del programa de expansión cultural, pionero en Latinoamérica, del gobierno norteamericano.

Antonio Caro, en una nota que acompaña una invitación de la galería Belarca (figura 1), apunta a la función de esta galería, en particular, como un espacio llamado a llenar un vacío en el campo del arte, precisamente al apoyar e incentivar a una serie de artistas que para el momento se consideraban jóvenes.



                  

Figura 1. Invitación a exposición de la galería Belarca, marzo 23 de 1973.



Evidentemente, las galerías tienen sus propios intereses y utilizan todos sus recursos en beneficio de ellos. Pero, además de su propio desarrollo, las galerías cumplen funciones dentro de un contexto social. ¿Cuáles son esas funciones?, ¿por qué se dan?, ¿cómo pueden medirse?

En Colombia, concretamente, a partir del 68 el impulso de una joven generación se vio burocratizado e institucionalizado. Además, una posterior ausencia de crítica trajo como consecuencia el estancamiento de las escuelas de arte, el nacimiento defectuoso de certámenes, la eliminación de la ayuda oficial del arte y una mediocratización de criterios. Paradójicamente, Belarca se convirtió en el sitio que vino a llenar el vacío: paradójicamente porque una galería “comercial” no es el lugar ideal para el arte joven: y, paradójicamente, porque el arte joven no es el “producto” más vendible.

El valor claro dentro del arte colombiano de la obra de artistas como los que participan en esta muestra, denota una honestidad profesional que será la que discrimine, en un futuro no muy lejano, entre “galería comercial” y “galería crítica” —si aceptamos esta división “provisional” de términos—. La base de dicho valor está en el agresivo talento de estos artistas, que ellos mismos encauzaron hacia una actitud, no clasificable, (con la que sinceramente me identifico), la cual abrió un nuevo periodo del arte colombiano.[9]


El punto que Caro señala como una paradoja es el ancla central de este texto: si la categoría “arte joven” se institucionaliza a través de certámenes y demás eventos culturales como una categoría pensada para impulsar aquello que necesita promoción, es decir, los jóvenes, ¿de qué manera deviene la categoría en la agenda de galerías donde el arte joven no se considera un producto comercial? Porque el arte joven, precisamente, no es un producto vendible, tal vez porque no promete continuidad o reconocimiento, y obedece a una apuesta. O quizás, como afirma Edgar Negret en la cita de entrada a este texto, “esos autores jóvenes, siempre están en etapas de cambios de influencias”,[10]lo que puede convertirlos en una apuesta poco segura. Entonces ¿por qué las galerías usan el término frecuentemente en su programación? Esta paradoja está enmarcada quizás en el hecho de que muchas galerías, en sus discursos fundacionales, argumentan su apertura y su existencia como un espacio para el arte joven.

A finales de los años ochenta las galerías se pusieron en la misión de apostarles a las tendencias del arte que marcaban la pauta, creando relaciones a largo plazo con los artistas. Galerías como Belarca, Iriarte, Arte Moderno, Diners, en los textos que acompañaban las inauguraciones hacían énfasis en una nueva generación de artistas jóvenes que apoyaban con el objetivo claro de impulsar su producción a nivel nacional e internacional. Por ejemplo, en la Revista Diners número 228 de marzo de 1989 se anuncia la inauguración de la nueva sede de la Galería Diners, en la carrera 11 con 93, con “treinta obras de quince pintores que representan a la joven generación de artistas colombianos que abre caminos propios”. El artículo continúa señalando que la muestra es “del arte actual, con una exposición de obras de artistas jóvenes, que se presentaron con gran éxito en la galería Diners”. Sin embargo, las razones del éxito, o si quiera los nombres de los artistas, no aparecen en el artículo de prensa.[11]

A principios de los años noventa, en varios números de la publicación periódica Diarte. Arte al día, hay textos que señalan los preceptos ideológicos de otros espacios de finales de los años ochenta. En un artículo del número seis de 1990 señala que la Galería Iriarte “continuará apoyando lo más representativo de nuestro arte joven con muestras colectivas e individuales de las diversas tendencias”.[12] La misma Diarte, en la publicación número ocho de 1991, dice que la Galería Diners, “respaldada siempre por Diners Club, se propuso apoyar en forma incondicional a los artistas jóvenes y a los maestros”.[13] Otro artículo del año siguiente señala cómo la galería Arte 19, fundada en 1986, nació con una meta definida: mostrar artistas jóvenes con “propuestas inteligentes”.[14] Y posteriormente, con la nueva sede del espacio, se sigue reiterando la idea de ser un espacio con cabida para el arte joven.

Como lo señala el artículo “Muros para el arte joven” de El Tiempo, “la nueva sede de la galería Arte 19 inaugura con una muestra de León Trujillo, Carlos Eduardo Serrano, Carlos Torres e Ivanka Drufovka y marca la pauta del nuevo ciclo de exhibiciones para la promoción de nuevas figuras en la plástica colombiana”.[15] También en la revista Diarte, Alonso Arte anuncia que, con la exposición de Denise Buraye de 1993, “cumplimos el propósito de impulsar los artistas jóvenes que muestren verdaderos valores en su oficio”.[16] Sobre la galería Belarca, también en Diarte, se rememora: “Fue así como este año (1968) la boutique Belarca, dirigida por Arturo Velásquez en compañía de Eduardo Serrano y Alonso Garcés, entusiasmados por la nueva posibilidad comercial, organizan  una muestra pictórica del joven artista (pop) Carlos Rojas, con el cual este elegante almacén capitalino se transforma en un nuevo espacio para la plástica nacional”.[17]Es evidente que no son pocos los espacios que, en sus inicios, se cobijaron bajo el manto de la categoría arte joven, para delimitar su programación. 

A principios de los años noventa, un titular del periódico El Tiempo señala la creación de uno de los espacios icónicos de la escena artística del momento. Icónico porque Gaula quiso generar un disenso frente a la aspiración de las prácticas artísticas en ese entonces, lo que lo convirtió en el espacio antecesor de los espacios autogestionados en Bogotá. “Los artistas en su salsa”, se titula el artículo de José Hernández en el que anuncia cómo sus fundadores “juran que sí, que es una galería diferente. Expondrán a jóvenes artistas y les darán cabida a todas las experiencias de pintura, escultura, fotografía, video, performance, instalaciones… No es un movimiento de vanguardia, pero se le parece”. [18] Los artistas que impulsan el espacio son Danilo Dueñas, Carlos Salas y Jaime Iregui. El artículo continúa señalando que lo que une a estos tres artistas, además de ser pintores abstractos, es querer concretar un espacio donde los artistas jóvenes (incluidos ellos) “puedan exponer sin ninguna concesión, generando procesos a largo plazo, no como un movimiento generacional sino de pensamiento”.

Es curioso que los artículos de prensa que posteriormente hablan de Gaula no se refieren a este lugar como una galería, sino como un espacio. En este lugar expusieron artistas, sin duda jóvenes, al inicio de sus trayectorias, como María Teresa Hincapié, Elías Heim, Óscar Monsalve, Fernando Uhía (quien expuso a los 24 años en 1991) y Carlos Salas (con la exposición “Instrucciones de uso”). “Era un espacio anticomercial, pero la estructura era de una sociedad comercial y la idea era vender. Al comienzo era el sitio donde todos se iban a reunir y después de unos meses empezó a disminuir la cantidad de gente”, comenta Jaime Iregui.[19]

Gaula, a pesar de tener el beneplácito en programación de los críticos del momento —José Hernán Aguilar y Carolina Ponce de León— cerró un año después de su inauguración en 1991. A partir de este momento, el arte joven tuvo un lugar que ya no necesitaba ser validado por la galería, y se pudo consolidar en un espacio cuya programación era administrada por los mismos artistas y desde su propia mirada. Se podría decir que Gaula, como uno de los primeros espacios autogestionados, se perfila como el lugar donde el arte joven, al menos como categoría, encuentra su espacio. Si en este momento iniciativas como Gaula no le huyen a ser catalogadas como propuestas de arte joven, contrapuesta esta actitud a la actual, es determinante. De nuevo, se presenta la paradoja que señala Caro: eran anticomerciales, pero querían vender y, para hacerlo, programaban muestras de artistas jóvenes.

Esta paradoja también la señala Michèle Faguet, fundadora de El Parche y La Rebeca, dos de los primeros espacios independientes de finales de los años noventa y principios de la década del 2000 en Bogotá, señalando una contradicción en los espacios manejados por artistas, que operaban con formas de acción espontanea basadas en las condiciones materiales inmediatas, se adaptan a la escasez de recursos rechazando a la estructura institucional y del mercado.[20]

En el Bogotá Art District (BAD) del Barrio San Felipe, muchas galerías definen su compromiso con el arte joven bajo nuevas premisas: Sketch, por ejemplo, anuncia en su sitio web queabrió sus puertas en el año 2013 con el objetivo de servir como una plataforma y espacio de exhibiciones de arte contemporáneo emergente”[21]. La galería Doce Cero Cero anuncia también que “su interés inicial, una vez abrió las puertas en el hotel 104 Art Suites, donde duró tres años, fue fomentar el desarrollo de artistas recién egresados, pero cuya obra, a pesar de ser joven, tuviera cierta madurez y contundencia”. [22] Este sigue siendo uno de sus principales objetivos. La Galería Beta también señala en su sitio web que centra su búsqueda “en artistas contemporáneos colombianos, con un sentido abstracto y conceptual. Promoviendo así el arte joven dentro de las esferas académica y comercial”.[23]La paradoja del arte joven, que bien señala Caro en el texto de invitación a la galería Belarca, sigue viva. 

Por su naturaleza, tal vez el lugar del arte joven es el espacio autogestionado, que permite independencia económica e institucional, frente a los discursos de las galerías comerciales y de las exposiciones organizadas desde el Estado. En esta medida, los espacios independientes, vistos por algunos como hijos bobos[24], son una alternativa para los artistas jóvenes porque son una plataforma capaz de comprometerse con maneras más experimentales de hacer, y porque son espacios críticos frente a las prácticas dominantes. Es en este sentido que se configuran como alternativos. Ahora, los espacios independientes le huyen a ser catalogados como espacios para el arte joven, bien lo dice Daniela Silva de Paraíso Bajo: “de pronto no es arte joven, pero definitivamente sí es tener un proyecto de nuestra generación. No es exclusivo, pero no es ser los bebés de los proyectos de otra generación, sino hacerlo uno mismo”.[25]Donde la aclaración de “hacerlo uno mismo” marca la pauta de la programación: se expone arte que se quiere ver o artistas y proyectos con los que hay una conexión generacional.

A este tipo de conexión hace referencia la invitación a la exposición que inaugura el espacio El Parche. El texto explica de dónde viene el nombre del espacio, que “surge de la apropiación aburguesada del término que designa a las amistades más íntimas […] (‘Parche’) es el lugar de reunión, el grupo de participantes, pero ante todo significa la actividad vacua de esparcimiento favorita de la juventud colombiana”. Proyectos como Gaula y Espacio Vacío, fueron los abuelos de El Parche y La Rebeca, quienes, a su vez, fueron los papás de El Bodegón y los bisabuelos de Miami y Paraíso Bajo. Todos ellos acogieron de manera explícita o implícita la expresión “arte joven” para hacer referencia a la producción de una generación.

La denominación de independencia, señala Guillermo Vanegas, “puede generar un sexappeal que, para promover arte joven, experimentación o vanguardia funciona bastante bien”. [26] El espacio independiente puede tomar riesgos en la programación, riesgos que, tal vez, las instituciones no están dispuestas a tomar. Sin embargo, lo institucional absorbe y consolida aquello que los espacios independientes validan. Como señala Vanegas, “desde mediados de los noventa, las personas que empezamos a hacer gestión desde los márgenes, incluido yo y El Bodegón, ahora hacemos parte del campo institucional”.[27]La posterior explosión de espacios gestionados por artistas, bajo la bandera de lo independiente, ha sido continuada por el discurso capitalizado por sus propios participantes. La narrativa de la categoría “arte joven” ha estado al servicio de aquellos actores del arte local que antes tenían propuestas arriesgadas, nuevas y, consecuentemente, jóvenes, y que son ahora figuras institucionalizadas. Posiblemente lo mismo ocurra a las propuestas actuales y con una actitud particularmente jovenen su programación.

Si en los setenta, para Antonio Caro, Belarca llenó un vacío por apoyar el arte joven e hizo evidente la paradoja de las galerías presentando arte joven cuando no era precisamente comercial, en los noventa, para Carolina Ponce de León “la divulgación del arte nuevo, ha sido en gran medida, producto de las galerías de arte”.[28] Según Ponce de León, este hecho indicaría, no solo un compromiso por parte de las galerías con una generación de artistas, sino también que el auge de la producción artística “revela también el tanteo vacilante de descubrir ‘moneditas de oro’ para afianzar un mercado”. [29]Visto a la luz de la distancia histórica del texto de Caro, en 1973, el afianzamiento de un mercado es lo que buscaban galerías como Belarca al exhibir artistas que en ese momento se catalogaban como jóvenes: Álvaro Barrios, Feliza Bursztyn, Luis Caballero, Santiago Cárdenas y Beatriz González, entre otros, y es esta, esencialmente, la respuesta a la paradoja planteada por Caro; las galerías muestran arte joven para afianzar un mercado.

“El reto es encontrar hoy algo nuevo e interesante que mañana también lo sea”,[30]dice la última frase del artículo de El Tiempo sobre el negocio de las exposiciones de arte en los noventas. Encontrar algo nuevo e interesante para siempre, como dice la frase, hace parte de un estamento que canoniza y convierte en historia a los artistas. Los vuelve vigentes hoy, ayer y siempre. Esa permanencia en el tiempo y esa promesa del futuro obedece a los preceptos más solidificados y consensados del arte: el genio que perdura y cuya obra será valorizada —simbólica y económicamente— para siempre. En este reino, lo fútil o lo momentáneo no tienen cabida. Estas son lógicas que, como el coraje, el apetito por lo desconocido, la audacia o la improvisación, señalan la sabiduría de la juventud.

Si la categoría “joven” le ha servido a la prensa, a la narrativa de los discursos fundacionales de las galerías y a su programación como estrategia para afianzar un mercado, le ha servido también, narrativamente, a los espacios independientes y a los actores al margen para afianzar y categorizar su programación. Como categoría, lo joven se reinventa en cada época, pues, al fin y al cabo, las categorías y el uso de ciertas palabras que las detonan sigue vigente gracias al uso, que las recrea y mantiene efectivas. Como señala Nadia Moreno, aun hoy, lo joven opera “como una suerte de significante vacío que se va llenando en la medida en que hay pugnas y coyunturas puntuales que acuden a este término para hablar de renovación. No hay nada sustancialmente joven”.[31] Y, en este sentido, “el joven es —como lo fuera el hombre del Renacimiento y la Ilustración— un invento romántico”[32]cuya proyección está pendiente de una constante invención.

La erradicación de la autonomía a través de la homogeneización, la industrialización y comercialización de la categoría “arte joven”, manifiesta un síntoma de operación presente en el sistema intrínseco y propio de las fabricaciones de la cultura. La industria cultural, poco relacionada con los discursos narrativos del campo del arte, existe manteniendo su afinidad con el proceso de circulación de capital. El discurso del “arte joven” como emergente no opera únicamente como novedad, sino como transgresión de lo dominante que, al mismo tiempo, se ha creado por su capacidad de nutrirse de los márgenes del mercado para afianzarlo. Tal vez, la operación de la categoría “arte joven” —como práctica y como discurso narrativo— se deba al hecho de que su uso implica agregar un statu quo, una plusvalía, ese pequeño extra. Tan pronto como la galería o el espacio independiente la formulan y se abanderan de ella, el valor simbólico de la categoría “arte joven” aumenta y se convierte en un componente —por ínfimo que sea— que alimenta la apropiación simbólica y la plusvalía silenciosa que denota.


C. C.


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[1] Jairo Dueñas, entrevista a Edgar Negret de la galería Casa Negret, en “Frente a las obras y el negocio de las exposiciones, ¿Pared o paredón para el arte?”, El Tiempo, domingo 19 de agosto, 1990.

[2] Para ampliar la información sobre la idea de la plusvalía en el arte, revisar: Diedrich Diederichsen, On (surplus) value in art = Mehrwert und Kunst = Meerwaarde en kunst  (Rotterdam: Witte de With; Berlin: Sternberg Press, 2008), 21-45.

[3] La operatividad y emergencia de la noción de juventud en el campo del arte en Colombia se explora a fondo en el libro de Nadia MorenoArte y juventud: El Salón Esso de artistas jóvenes en Colombia. (Bogotá: La Silueta Ediciones /Idartes, 2013), 18.

[4] Eduardo Serrano, “¿Arte joven?”, (Catálogo de la exposición Nombres nuevos en el arte de Colombia, Museo de Arte Moderno de Bogotá, marzo, 1972).

[5] Amparo Pérez, entrevista a Bernardo Salcedo. “No hay arte joven en Colombia”, La República, 23 de julio de 1972.

[6] Guillermo Vanegas Flores, “Forever Young”, Premio Nacional de Crítica, acceso el 30 de noviembre de 2018, https://premionalcritica.uniandes.edu.co/wp-content/uploads/PNC-II.pdf

[7] Ibíd.

[8] “Invitación a la exposición Arte Joven”. Artistas: Mireya Bastidas, Clemencia Carrillo, Gloria Hernández, María Victoria Porras, Reynel Rendón, Manuel Cantor, Raúl Marroquín, Rómulo Sánchez, Salustiano Romero, (Invitación a la exposición Arte Joven, Centro Colombo Americano, 1972).

[9] Antonio Caro, invitación a la exposición realizada en la galería Belarca. Artistas: Álvaro Barrios, Feliza Bursztyn, Luis Caballero, Santiago Cárdenas, Antonio Caro, Beatriz González, Alfredo Guerrero, Ana Mercedes Hoyos, Alejandro Obregón, Luis Paz, Yolanda Pineda, Bernardo Salcedo, Ned Truss y Manolo Vellojín. (Invitación exposición, Galería Belarca, del 23 de marzo al 8 de abril de 1973).

[10] Jairo Dueñas, “Frente a las obras y el negocio de las exposiciones, ¿Pared o paredón para el arte?”. El Tiempo, domingo 19 de agosto, 1990.

[11] “La inauguración de la nueva sede de Galería Diners”, Revista Diners. N.º 228, marzo de 1989.

[12] “Galería Iriarte”, Diarte. Arte al día. N.º 6. 1990, 13.

[13] “Galería Diners”, Diarte. Arte al día. N.º 8. 1991, 13.

[14] Diarte. Arte al día. Nº 12. 1992, 14.

[15] “Muros para el arte joven”, El Tiempo, miércoles 26 de abril de 1989, 3b.

[16] “Sección personajes, Alonso Arte”, Diarte. Arte al día. N.º 16. 1993, 11.

[17] “Sección personajes, Belarca”, Diarte.  Arte al día. N.º 4. 1990, 15.

[18] José Hernández, “Los artistas en su salsa”, El Tiempo, 24 de mayo de 1991. 2ª.

[19] Jaime Iregui, entrevistado por Carolina Cerón, 19 de junio de 2018.

[20] José Ignacio Roca, “Abriendo espacios”, Arteria. (Bogotá: diciembre, 2005), 8-9.

También disponible en: http://michiacevedo.blogspot.com/2010/05/abriendo-espacios-interview-by-jose.html

[21] “About”, Sketch, acceso el 18 de diciembre de 2018, http://sketchroom.co/about-sketch/

[22] “Nosotros”, Doce Cero Cero Galería, acceso el 18 de diciembre de 2018,

http://www.docecerocero.com/nosotros

[23] “About”, Galería Beta, acceso el 18 de diciembre de 2018, https://www.galeriabeta.co/about/

[24] Carlos Salazar Wagner, “Los hijos bobos”, Esferapública, acceso el 18 de diciembre de 2018, http://esferapublica.org/nfblog/los-hijos-bobos/

[25] Daniela Silva, Daniela Gutiérrez y Mariana Jurado (integrantes de Paraíso Bajo) entrevistadas por Carolina Cerón, 18 de julio de 2018.

[26] Guillermo Vanegas, entrevistado por Carolina Cerón, 13 de junio de 2018.

[27] Ibíd.

[28] Carolina Ponce de León, “La lotería de Vanidades”, El Tiempo, 11 de agosto de 1990, 5d.

[29] Ibíd.

[30] Jairo Dueñas, entrevista a Edgar Negret de la galería Casa Negret en “Frente a las obras y el negocio de las exposiciones, ¿Pared o paredón para el arte?”, El Tiempo, domingo 19 de agosto, 1990.

[31] Nadia Moreno, entrevistada por Carolina Cerón y Natalia Gutiérrez, 8 de junio de 2018.

[32] José Luis Brea, El tercer umbral Estatuto de las prácticas artísticas en la era del capitalismo cultural. (Murcia: Cendeac, 2009), 15.